allí II

-¡Vamos Elizabeth despierta! –un mugriento y sucio niño me despertó. Sí, era mi hermano. Nuestro padre acababa de morir, y yo estaba bajo el mando de un niño de ocho años que su mayor afán en la vida era protegerme, de cosas, que ni él mismo sabía que existían.
Tenía las piernas agarrotadas y me dolía la espalda por haber dormido en el piso de madera de una taberna.
Mi hermano había planeado nuestro viaje de Europa al nuevo mundo. Un viaje largo y peligroso que cambiaría nuestros destinos y separaría nuestros caminos.
Mi pobre vestido, en su día blanco, me servía de camisón, y mi enredada melena me daba un aspecto de callejera. Y la verdad que lo era. Mi padre era tabernero, y nosotros vivíamos con él y le ayudábamos en lo que podíamos, hasta que contrajo una horrible enfermedad que habían traído las ratas y otros animales. Siguió trabajando todas las noches, yo veía su piel pálida y el sudor que cubría su rostro, un día no aguantó más y se desplomó. Mi hermano John y yo corrimos a asistirle, él, con los ojos en blanco, se metió la mano en el bolsillo, le entregó a John una bolsita y a mí un colgante. “Os quiero…”, fueron sus últimas palabras. Abracé a John con lágrimas en los ojos. Creo que a partir de ese momento, John se convirtió en un hombre de ocho años, cuya responsabilidad era una molesta niña de siete.
Durante las semanas que estuvimos huérfanos, vivimos cómo pudimos. La taberna de papá fue vendida, pero nosotros vimos una mínima parte del dinero, lo suficiente para que John preparara nuestro viaje a una nueva vida, en busca de nuestra madre.
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